La habitación era grande y luminosa. Las paredes blancas
reflejaban como espejos la luz que penetraba de las dos ventanas laterales. El
sofá verde que había adquirido en Asia,
soportaba su peso sin hundirse pero sin ser demasiado rígido; este,
rodeado de otros asientos muy exóticos, se encontraba delante de una mesita de
café muy moderna con un acabado en aluminio blanco y negro.
Con tranquilidad tomó su taza de té reposada en ella y
absorbió el amargo aroma de su té verde. Enseguida notó como el líquido
caliente descendía por su garganta acunando el calor en su cuerpo. No pudo
evitar suspirar y reconocer su apego a algunos placeres terrenales. Debía odiar
todo aquello, pero hacía tiempo que había olvidado ese sentimiento. Para él, ya
solo existía desprecio y este, no intervenía en piezas que pudieran reanimar su
hastío.
Pronto acabó su bebida y de nuevo el tic tac del péndulo
presente en el reloj suizo atronó en sus tímpanos como el sonido más inframundo
de la creación. Ahora solo podía continuar esperando, mientras sus pies
descalzos recorrían la suavidad de sus alfombras marroquíes y sus ojos
recorrían, una y otra vez, cada una de las punzadas de punto de cruz que la
conformaban. Era muy aburrido vivir así, tanto que podía dar cualquier cosa por
liberarse de esa cárcel, pero no era posible.Ya había entregado lo único que de
verdad poseía valor; lo había ofrecido a cambio de algo que ahora constituía su
tormento. En que estaría pensando.
De repente notó como el suelo se movía débilmente y después
con más fuerza e intensidad. “Por fin” pensó. Ya era hora de salir y tomar un
poco el aire, aunque solo fuera por unos escasos e inútiles minutos.
La transición fue rápida; el aire a su alrededor empezó a
hacerse denso y pesado hasta que empezaron a sugir ondas que emborronaron el
paisaje. Tomó aire y en cuanto las ondulaciones hicieron desvanecer su
habitación, su estómago dio un vuelco. Para entonces ya estaba fuera.
Ahora se encontraba donde la tierra y el mar se acariciaban
eternamente al ritmo imparable de las olas y del viento. Miró con añoranza el
disco radiante e iridiscente que ya se marchaba despidiéndose con el más
hermoso reflejo. Su luz anaranjada no solo iluminaba las aguas sino también la
ligera arena dorada que absorbía la última calidez del día. Era un atardecer en
la playa; algo en su interior se rompió, haciendo que le doliera el pecho. Era
tristeza. Pero no, él no podía sentir eso, era demasiado doloroso…
De repente reparó en la persona que le había liberado de su
encierro. Junto a él una chica de unos diecisiete años estaba perpleja y
asustada tirada en la arena con la boca y los ojos muy abiertos. Su largo pelo
negro ondeaba al son del viento mientras su vestido de playa floreado ondeaba
al mismo tiempo. Su cara mostraba el más hondo asombro; sus ojos verdes
mostraban la extrañeza de quién ve algo imposible y piensa que esta loco, su
cara era delgada y alargada, su piel era pálida y sin embargo sus mejillas
estaban salpicadas de color rosado, su nariz era grande y respingona
contrastando con sus labios gruesos y sus dientes blancos. Era guapa; tal vez
en otro tiempo él habría suspirado y soñado con chicas así; en otro tiempo…
Se liberó de todos los pensamientos que aleteaban como
mariposas dañinas su mente y se centró en seguir el protocolo que tan bien
había recitado millones de veces.
– Hola – como
esperaba la reacción de la chica no llegó – Tienes tres deseos – la chica
seguía sin articular un gesto – ¿Me estas escuchando? Tienes tres deseos libres
de reglas ¿No quieres nada?
Pareció que la chica despertaba de su letargo pero aún así
seguía muy impactada. En realidad a él no le molestaba, siempre pasaba igual,
estaba acostumbrado.
– ¡Eres… eres un
genio! ¡Has salido de dentro de una lámpara! ¿¡Estás volando!?
El genio suspiró; limpiando con su puño un sudor inexistente
de su frente. No estaba de humor para narrar y hacer comprender a esa chiquilla
que era lo que estaba pasando, iba a intentar reducir al máximo.
– ¿Ves que soy un
genio verdad? Turbante, brazaletes, pantalones anchos, chaleco… y sobre todo la
pista más importante es que vivo dentro de una lámpara mágica ¿Eso esta claro
no?
– Sí…
– Pues entonces
seguro que has oído hablar de mí en leyendas y mitos. Puedo concederte tres
deseos; pide y te será concedido.
La joven se levantó del suelo y después de palmear su
vestido; eliminando la arena adherida, obtuvo un tono serio y miró al genio a
los ojos.
– ¿Puedo pedir lo
que sea?
Él fijándose en la mirada clara y penetrante de la chica; sintió
cierto recelo por lo que desearía, así que se dispuso a aclarar algunos matices
de ese “todo”.
– Todo excepto
deseos que interfieran con la vida, la muerte y el amor. Por ejemplo no puedes
desear que alguien resucite o que una persona se enamore de ti. Esas son las
únicas reglas.
La chica apartó la mirada de los ojos fríos y oscuros del
genio y observó el espejo acuoso anaranjado. Él se preguntó en que estaría
pensando mientras contemplaba su silueta recortada por su sombra oscura y
ondulante.
– Sígueme.
Así lo hizo el genio; ella recogió la lámpara mágica del
suelo y tras limpiarla con la manga los dos se pusieron en camino. Juntos se
alejaron de la playa y continuaron por el paseo marítimo hasta que se
detuvieron en unos acantilados de roca caliza. La chica se sentó en el borde
mismo de este y el genio a pesar de poder levitar se sentó a su lado.
– Quiero ir al
pasado – soltó de sopetón.
– ¿Qué?
El genio no se esperaba eso, toda la gente solía pedir
dinero en su primer deseo ¿Qué era eso de viajar en el tiempo?
– No puedes hacerlo
¿o que?
– Sí puedo pero…
¿puedo preguntar por qué?
La chica se quedó con ojos estáticos mientras limpiaba una
mota de polvo invisible de la lámpara. El genio por su parte estaba intrigado;
era la primera vez que se encontraba con un caso tan especial; odiaba
reconocerlo, pero por un momento olvidó su papel como genio y volvió a sentirse
como un chico normal, que escuchaba atento los deseos inalcanzables de una
chica soñadora.
– Quiero rememorar
un momento de mi historia. Ya lo entenderás cuando lo veas – sonrió
amargamente.
– Vale, ¿A dónde
deseas ir?
– Al mediodía del 9
de agosto de 2003 en este mismo lugar.
El genio chasqueó los dedos y todo se volvió negro unos
instantes; después la luz volvió a resurgir más intensamente y los dos
aterrizaron en una mañana de verano resplandeciente. Frente a ellos se
encontraba el mismo acantilado pero esta vez no estaban solos. Dos niños
cogidos de las manos hablaban con voz suave y mirada alicaída. El genio pudo
distinguir en uno de ellos las fracciones sutiles e infantiles de la chica pero
el otro; un chico de más o menos su misma edad con el pelo rubio y ojos ámbar;
constituía un misterio para él.
– No puedo hacer
nada, mis padres ya lo han decidido – escucharon del muchacho.
– ¡No puedes
hacerlo! ¡No puedes irte…! – la niña empezó a sollozar y el genio comprobó que
también a su acompañante empezaban a empapársele los ojos.
Los dos niños se abrazaron en un apreciable apto de cariño.
– Te prometo que
volveré, mis padres no pueden mandarme siempre; en cuanto sea más mayor me
escaparé de casa y cruzaré el océano para venir contigo – prometió el chico.
– ¿Me lo prometes?
– Te lo prometo –
ambos entrelazaron el dedo meñique.
– ¡Arturo! ¿¡Donde
estás tenemos que embarcar!? – la voz aguda de una mujer resonó en la escena.
El niño se separó al fin de la chica y después de dudar un
poco le dio la espalda y salió corriendo hacia aquella que sería su madre.
Entonces el genio se fijó en que la joven que le había pedido tan raro deseo
estaba también llorando y que al ver pasar al niño junto a ella intentó
detenerlo sujetándole del brazo; sin embargo, su mano le atravesó por completo
y el niño continuó su camino. En ese instante todo se volvió negro de nuevo y
en un pestañeó los dos volvieron a su tiempo.
– Gracias… – fueron
las primeras palabras pronunciadas por la chica.
El genio entendió poco a poco que ese niño había sido amigo
suyo (o algo más) y que se había marchado a algún lugar hace años. Por la cara
de tristeza que la cara de la joven presentaba; también se podía deducir que no
había regresado, a pesar de su promesa.
– ¿Por qué no
deseas que vuelva? – le preguntó el genio; habría sido lo más evidente.
– No – respondió con
seguridad – Tengo miedo… – pronunció en un susurro.
– ¿Miedo de qué?
El genio no podía entender de que se preocupaba, era cierto
que él podría haberse olvidado ya de ella, o que no le interesase volver a
reencontrarse, pero todo era mejor que esa espera agónica.
– El barco en el
que Arturo partió – hizo una pausa – sufrió un accidente, no fue muy grave y
mucha gente se salvó, pero… otra no pudo. Tengo miedo de confirmar que Arturo
ya no está… – rompió a llorar con fuerza.
Él empezó a entender la desesperación de la chica; si pedía
que Arturo volviese y su deseo no podía ser cumplido, eso querría decir lo que
tanto temía. El genio apretó los puños. Esa chica era una cobarde; prefería
seguir esperando eternamente antes de arriesgarse a remover el pasado con dos
posibles resultados; encontrar a Arturo o no hacerlo nunca. Prefería la
incertidumbre al fracaso.
Un comportamiento muy humano; pensó el genio enfadado.
Ella no era diferente a todas las personas con las que se
había encontrado anteriormente. Siempre todos buscan seguridad, bienestar; etc.
Renunciando al dolor, la tristeza; etc. Pero… ¿a que precio? Viviendo en la
cobardía, en el miedo de perder lo conseguido…
El genio esperó, con los ojos encendidos y el gesto crispado
a que la joven parara de llorar. No la consoló. No; la decisión de sufrir de
esa manera había sido elección suya y por tanto debía pagar sus consecuencias.
– Estoy esperando
el segundo deseo – dijo cuando ya no pudo ocultar su impaciencia.
Poco a poco la chica fue tranquilizándose y cuando habló
todavía algunas lágrimas se deslizaban por su mejilla.
– Segundo deseo…
Quiero que aquí mismo aparezca un faro.
– ¿Un faro? ¿Se
puede sabe para que quieres eso? Ah no espera ya lo sé, quieres que si tu amigo
regresa sepa que sigues aquí.
– Bueno, más o
menos. Es como un símbolo, todo barco tiene que regresar al puerto y este se
deja guiar por un faro. Yo soy el puerto, Arturo el barco y el faro será el que
indique el camino.
– Muy bonito ¿Pero
es qué no sabes pedir deseos? Podrías pedir dinero, fama, poder, ¡podías pedir
ser la gobernanta del mundo entero! Y no… ¡tú pides que haga aparecer un
estúpido faro!
La furia del genio dejó a la chica callada por unos
instantes; sin embargo, no se amedrento y contestó a su crítica con la cabeza
alta y voz segura.
– Prácticamente yo
ya gobierno el mundo – sonrió con tristeza – Mi familia posee una de las
empresas más desarrolladas e influyentes; nos hundimos cada día en dinero,
poder y fama y por eso precisamente yo me ahogo. Todo eso no me sirve para
nada; es más, es mi tormento. Por ello; nadie se acerca a mí y estoy siempre
sola desde mi niñez. Arturo fue mi único amigo de verdad, un amigo que no me
temía por la procedencia de mi familia, ni que tampoco se acercaba a mí por el
favor de mi posición. Era amistad verdadera.
Ahora fue el genio el que se quedó sin habla. Intentó
ponerse en el lugar de la chica y no le resultó tan difícil sentir lo que ella
debía experimentar. Al fin y al cabo su posición se parecía bastante; él
entendía muy bien lo que era la soledad a pesar de poseer poder (magia en su
caso). Si por alguna razón, en su vida apareciera alguna esperanza que pudiera
reanimar su aciaga vida; se agarraría a ella, aunque fuera un clavo ardiendo.
Sin más cavilaciones el genio accedió a cumplir el deseo y
en apenas un pestañeo, la tierra del borde del precipicio empezó a temblar y a
removerse. La chica se asustó y se apartó, lo cual fue una gran idea ya que en
seguida; como por arte de magia (aunque en realidad así era) de la tierra
surgió un faro que no paró de crecer hasta que su cúspide se mezcló en el azul
oscuro; ya casi negro, del cielo. En cuanto todo quedó tranquilo, la lámpara de
este; se encendió, y empezó a girar y girar iluminando kilómetros mar a dentro.
– Ahí tienes a tu
faro – concluyó el genio. La chica parecía contenta.
– ¡Vamos a subir!
El genio no se resistió, todavía quedaba un deseo y hasta
que este no fuera pronunciado el genio debía permanecer al lado de la
“afortunada”; además, había que reconocerlo, la vista en la cumbre debía ser
absolutamente hermosa.
La chica empujó la pesada puerta de madera que hacía de
entrada y accedió al interior. Lo cierto era que la vista no era nada
alentadora. En el centro del circulo que formaban las paredes se situaban;
solitarias, unas escaleras de caracol negras de hierro que giraban y se
mezclaban hasta la misma cima del faro.
– ¡Vaya! Podrías
haber hecho aparecer un ascensor y no todas estas escaleras – le reprochó ella.
– No puedo leer la
memoria, ¡haber especificado antes!
– Bueno pues
¡adelante!
La chica empezó a recorrer trotando los numerosos peldaños.
Por supuesto el genio podía levitar y seguía a la chica por el aire en el hueco
del centro que formaba la escalera. Al principio avanzaron a buen paso pero a
medida que subían los pasos de ella fueron haciéndose más pausados y su
respiración más honda y repetitiva. A mitad de camino tuvieron que detenerse.
– Necesito…
necesito una… pausa – la chica no podía ni hablar ya que sus inspiraciones eran
demasiado insistentes.
Había perdido la cuenta de cuantos escalones habían subido,
200… 300… No le extrañaba nada que la chica estuviera exhausta. El genio miró
hacia arriba y observó que todavía los escalones parecían no tener fin,
tardarían una eternidad en subir todo aquello. En su mente cruzó una idea fugaz
y; antes de que se arrepintiera de ello, la puso a cabo, era la forma más
rápida de subir al fin y al cabo. El genio se acercó a la chica y la sujetó por
los hombros.
– ¡Eh! ¿Qué haces?
– A este paso me
haré anciano antes de subir; es más rápido ir volando, así que no protestes y
quédate quieta.
La chica no añadió nada más y se dejo hacer. El genio no
había hecho aquella temeridad en su vida pero alguna vez debía ser la primera.
Pacientemente se impulsó con los pies y se elevó como el relámpago; entonces,
el paisaje se nubló y el aire golpeó a ráfagas los cuerpos de ambos. En seguida
estuvieron en la cumbre.
– ¡Oh dios! Ha sido
genial.
Ella parecía haber disfrutado como una niña con aquel paseo
y en cuanto el genio la soltó, corrió hacia el balcón del faro. Ya se había
vuelto completamente de noche y la brisa fresca de la noche enfriaba el
ambiente. Tal como había esperado el genio, la vista era genial. A sus ojos se mostraba un
mar con unas ondulaciones plateadas que cabalgaban por la ennegrecida
superficie. La luna llena causaba reflejos en las aguas tranquilas de la noche
lo que acondicionaba a un paisaje todavía más bello y sosegado.
Después de admirar el paisaje, el genio se centró
irremediablemente en la chica. Su rostro iluminado por un halo dorado suavizaba
sus rasgos y sin embargo su complexión revelaba desasosiego. Pronto el genio
descubrió porque.
– Oye… – comenzó
ella – ¿Podrías responderme a algo?
– ¿Qué es?
– Quiero saber
porque eres un genio, o sea naciste así o algo… – no sabía cómo seguir.
Por su parte él bajó la mirada al suelo. Esas simples
palabras le habían golpeado muy hondo; habían dado en el clavo, en el centro de
su dolor y tortura.
– No te importa.
Por todos los motivos el genio debía estar enfadado; muy
enfadado porque una chiquilla entrometida intentara averiguar su pasado, sin
embargo solo estaba triste. Por mucho que él hablara y explicara la chica no
llegaría a entender jamás lo inequívoco de una decisión que tanto le había
marcado y el posterior tormento. Nunca lo comprendería tan bien como él; aunque
claro, ella no podía estar en su pellejo de la misma manera que él no podía
estar en el suyo ni en ningún otro.
– No se… Debe ser
guay eso de poder volar y cumplir deseos – dijo la chica mientras observaba la
lámpara mágica que no había soltado en ningún momento.
– No sabes nada ¿Te
crees que mi vida es fácil? Para tu información no eres la única que lleva una
vida desdichada. Yo me paso días y días encerrado en esa lámpara sin poder
salir; y una vez que salgo, solo es para cumplir unos deseos estúpidos antes de
volver de nuevo a mi encierro.
– ¿No puedes desear
salir?
– Ojala pudiera,
pero mi magia no me sirve a mí, solo a las personas que me liberan.
– ¿Eso quiere decir
que cuando pida mi último deseo la lámpara te absorberá y no podrás salir hasta
que otro la encuentre?
– Eso es – el genio
se sorprendió de que lo hubiera entendido tan bien, aunque en realidad todo
daba igual, ese sería su destino al fin y al cabo.
– Pero si yo vuelvo
a coger la lámpara…
– No puedes. Una
vez que te conceda lo que quieres, todos los recuerdos sobre mí se borraran de
tu mente y tus deseos cumplidos parecerán que siempre han estado allí. Después;
la lámpara conmigo dentro, se teletrasportará hacia un sitio totalmente
distinto, hasta que se repita de nuevo el proceso.
– Eso es triste…
Sí que lo era y el genio lo sabía en su propia piel ya
magullada por el tormento. A veces, desearía volver al pasado y cambiar
aquello, porque no todo no había sido siempre así.
– No te compadezcas,
es mi culpa.
– ¿Por qué no?
¿Podía contarlo? Tampoco importaba demasiado. Tal y como
había dicho él, en cuanto pidiera los tres deseos, la chica se olvidaría del
todo de él y de lo que le contase. Si se lo decía por lo menos podría desahogarse.
– Esta bien te lo
contaré – la chica sonrió – Yo antes era como tú, o sea, humano.
– ¿Sí? ¿Y es
siempre así?
– No se lo que
ocurre con los otros genios, te estoy hablando de mi y ¡no me interrumpas!
– Esta bien, lo
siento.
– Bueno, yo era un
muchacho bastante… avaricioso – ya había escarmentado sobre eso y tenía que
reconocerlo – Un día me encontré con un genio y; ya te puedes imaginar, me
pareció fantástico poder pedir todo lo que quisiera mi codicia – ahora venía la
parte difícil así que el genio suspiró para relajarse – Pedí dos deseos y como
tú ahora, estaba reflexionando sobre cual iba a ser el tercero. Era el último y
sabía que no volvería a tener la oportunidad de pedir lo que quisiese y que
fuera concedido. Entonces… – el genio paró el relato.
– ¿Qué? ¿Qué
pediste? – la chica parecía una niña impaciente que esperaba con ilusión
escuchar el final de un cuento.
– Pedí… – tomó aire
– Pedí ser un genio. Al principio creí que esa sería la mejor decisión de mi
vida. Pensé que así podría continuar cumpliendo todos los deseos que tuviera,
podría vivir una vida llena de diversión y alegría sin obligaciones ni
complicaciones. Pero me equivoqué. Eso fue lo peor que podría haber querido.
Ese deseo… ese deseo me ha convertido en un ser encerrado por mi propia magia;
la cual, ni siquiera puede ser utilizada a mi voluntad. Solo puedo conceder los
deseos de humanos avaros, tal y como yo fui. Es mi castigo por haber sido tan
necio y egoísta.
La chica se quedó muda unos instantes, perdida en el
paisaje. Se podía apreciar que el relato la había impactado. Ahora ella también
debía de saber, que no era la única que sufría por la vida que llevaba. No iba
a ser ella ni la primera ni la última en recorrer los espinosos caminos de la
existencia.
La joven levantó la mirada y miró a los ojos al genio, él no
se inmutó, no estaba avergonzado por haber detallado su pasado, es más estaba
agradecido.
– ¿Puedo pedir mi
último deseo? – dijo ella con voz suave.
– Claro ¿Que
quieres?
Bueno había sido bonito mientras había durado, ahora el
genio tenía que despedirse de esa peculiar muchacha y seguir su vida… normal.
– Deseo que dejes
de ser un genio.
– ¿Qué? – al genio
casi se le había salido el corazón del pecho.
– Es verdad que la
vida que llevas es enteramente culpa de ti y de lo que pediste pero, te has
llevado una buena reprimenda y ya te has arrepentido de lo que hiciste.
– ¿Me he
arrepentido? – ¿era eso cierto?
– Claro, porque has
tenido el valor de contarlo todo a una desconocida a la que, seguramente, odias
por tener que cumplir sus deseos y no los tuyos.
Era verdad. El chico que era antes jamás hubiera reconocido
sus errores, jamás se hubiera rebajado ante los demás y sin embargo ahora lo
estaba haciendo. Había aprendido la lección ¡lo había hecho!
– ¡Vamos! ¿A que
esperas para cumplir mi deseo? Quiero que vuelvas a ser humano.
– ¿Estas segura? – preguntó
– Es tu deseo y deberías pedir algo para ti.
– Tranquilo te
exigiré algo a cambio no te creas – guiñó un ojo.
El genio estaba emocionado y no pudo evitar que una lágrima
traicionera se deslizara por su mejilla. ¿Era todo eso verdad o solo era un
sueño? ¿Podría escapar de una vez de esa cárcel mágica? ¿Podría vivir de nuevo?
Era todo tan increíble y… real.
El genio chasqueó los dedos y en un instante pudo comprobar
como su poder, su magia, lo abandonaban. Pudo sentir como su cuerpo se hacía
pesado y aterrizaba en el suelo desde el cual ya nunca se elevaría. Notó como
sus ropas de genio desaparecían dejando resurgir prendas de un chico normal y
por último, comprobó como la lámpara que sujetaba la chica en sus manos,
estallaba rompiéndose en mil pedazos que cayeron desde el precipicio hacía el
mar, desapareciendo para siempre. Porque ya nunca volvería a ser un genio.
Nunca.
– ¿Qué tal?
La chica estaba feliz y por ello una gran sonrisa coronaba
su rostro. Una sonrisa que combinaba maravillosamente con la del genio, que ya
no lo era; ya solo era un chico normal como cualquier otro.
– Esto es… genial…
yo nunca podré agradecerte…
– ¡Para! No te
pongas en plan sentimental, te dije que quería algo a cambio.
– Esta bien ¿Que
quieres? – su sonrisa se borró un momento pero no su alegría. Todo favor
requería una compensación claro esta.
– Tu vida era
desgraciada y yo he conseguido que no lo sea, así que quiero que tú también
mejores la mía.
– ¿Qué tengo que
hacer exactamente?
– Una cosa muy
sencilla… Tienes que ser mi amigo. Ya sabes que me quejo de no tenerlos y no es
que pretenda sustituir a Arturo pero así sería más… llevadera su espera.
¿Solo eso? Una cosa tan sencilla e insulsa aparentemente
pero ¿No era la amistad el remedio contra la soledad? Lo era y por ello ahora
dos personas solas y taciturnas se unían, para vivir en la amistad la alegría y
el compañerismo. Esa demanda no era una obligación, más bien era lo que él necesitaba después de vivir en un encierro continuo.
¿Por que la vida le recompensaba ahora por todo lo que había
sufrido? Tal vez porque rectificar los errores y ser cada día mejor era el mejor
y más justo camino.
– ¿Trato hecho? –
le preguntó la joven.
– Trato.
– Bien – no podía disimular
su entusiasmo – Me llamo Alisson. ¿Qué tal amigo? –le tendió la mano mientras sonreía.
– Alisson…
– lo repitió con cierto gusto. Su primera amiga. – A mi puedes llamarme Adrián.
– ambos se estrecharon la mano.
Así comenzó la cura de sus corazones, y su antídoto era la amistad.