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lunes, 18 de marzo de 2013

Eternal Dream


El viento azotaba con fuerza el débil cristal de la ventana causando un gran estrépito que no me dejaba dormir. Cada vez que un trueno retumbaba en mis oídos no podía evitar temblar. Tenía miedo a las tormentas de rayos.

En cada estruendo la habitación se iluminaba con una luz fantasmal y efímera. Pronto no pude evitar alargar mi mano hacia el interruptor de la luz; sin embargo a pesar de pulsarlo varias veces la luz no se encendió. La tormenta estaba dejando lucir sus consecuencias.

Me escondí bajo las sábanas intentando recuperar algo de seguridad. Ya sabía que no iba a poder dormir hasta que la tormenta aminorase así que debía pasar ese tiempo de alguna manera sin poner a prueba demasiado a mis nervios.

Al cabo de un rato percibí los tentáculos del sueño introduciéndose en mi consciencia. Cada vez me sentía más relajada y distante del mundo despierto; sin embargo la tormenta apareció de nuevo impidiendo que entrara en el paraíso de Morfeo. El fuerte viento y la insistente lluvia había provocado que la ventana de mi cuarto se abriera de par en par y que se agitara deseando volar entre la tempestad. Emití una especie de gorgojeo de fastidio y me levanté para cerrarla.

Parecía que el mundo estuviese derramando lágrimas de dolor y rabia.

Luché contra el aire y cerré la ventana. Al conseguirlo me di cuenta de que con solo acercarme a la abertura hacia el temporal había conseguido empaparme hasta los calcetines. Hacía un aguacero de leyenda. Bostecé y me dispuse a introducirme de nuevo en mi cama pero al girarme vi algo. “Una alucinación” me impuse nerviosa cuando la luz del trueno desapareció internándome en la oscuridad. Esperé con el corazón encogido a que la luz apareciera de nuevo para asegurarme de que en mi habitación no había nada.

Al retumbar otro trueno me di cuenta de que no había nada en mi habitación.
Era “alguien” quién estaba frente a mí en esos instantes.
   – ¿Quién eres tú? ¿Cómo has entrado? – le pregunté con voz temblorosa mientras me alejaba.
   – Nunca he salido de aquí – su voz era profunda y magnética – Y no tengo nombre.
   – ¿Cómo que no tienes nombre y que no has salido de aquí? No te conozco y jamás te he visto.

Estaba a punto de salir a correr. Solo era capaz de ver sus movimientos durante el par de segundos que duraba la claridad y eso no me relajaba. Además cuando era capaz de vislumbrarlo, tampoco me solucionaba nada, ya que iba vestido de pies a cabeza de negro e incluso con una capucha que tapaba su rostro. Era difícil distinguir si era o no un simple fragmento de oscuridad.
   – Sal de aquí o gritaré – le amenacé simulando seguridad.
   – ¿Quieres que me vaya? – su tono de voz sonó está vez diferente, más agudo, me pregunté como podía hacer eso.
   – Claro – le dije deseando que se marchara de una vez.
   – No creo que sea lo mejor.

Me asusté hasta el límite de empezar a respirar con dificultad. Otra vez su voz había cambiado y no solo el timbre; estaba segura de que había pasado de la gravedad del tono de un hombre a la agudeza del tono de una mujer.
   – ¿Cómo haces eso con la voz…?
   – Yo no tengo voz.

No sabía que hacer, era verdad que su voz cambiaba cada vez que hablaba y eso no era de nada normal. Empecé a recorrer la habitación con la vista cuando era capaz de ver, para encontrar un espacio libre por donde huir.
   – ¿Quieres escapar? Lo entiendo, no debería haberme presentado ante ti.
   – Vete de aquí ¡Socorro, Socorro que alguien me ayude!

Empecé a gritar esperando poder despertar a mis padres que estaban en la habitación contigua. Chillé y chillé hasta que mi garganta se quedó sin voz pero nadie pareció escucharme. Con la excepción del zumbido de la tormenta, no percibí ningún otro ruido, lo cual era imposible encontrándome en una casa en el centro de una ciudad.
   – Déjalo, es inútil, aquí estamos sólo tú y yo.
   – Eso es mentira – le respondí con dificultad.

Salí mi cuarto dirigiéndome a la habitación de mis padres sorprendiéndome de que no me lo impidiera. Atravesé el corto pasillo y abrí la puerta. La cama estaba vacía, es más, estaba perfectamente hecha. Eso era absurdo. Antes de acostarme les había dado las buenas noches y ambos estaban ya acostados. Salí de allí y bajé las escaleras de dos en dos hasta dirigirme a la cocina; no había nadie, al comedor; no había nadie, al salón; no había nadie y por último al cuarto de baño y también estaba solitario. Ya no sabía donde ir, todo eso no podía ser verdad.

Cuando escuché los golpeteos de unos pies en la escalera; pensé en seguida en que podían ser mis padres, pero pronto reflexioné y salí de mi error llenándome de una sensación de angustia. Como un pajarillo encerrado fui hacía la puerta y salí de mi casa. Recorrí la acera hasta llegar al límite que la unía con la carretera. Me quedé de piedra. Ni un coche ni una persona la atravesaba. “Esto es imposible” me dije mientras todo yo se empapaba con el fragor de la lluvia. Pronto escuché un chapoteo en la lluvia a mis espaldas.
   – Te dije que estamos solos – dijo ahora con una voz infantil.
   – ¡Déjame! ¿Qué eres tú…? – le pregunté ya sin fuerzas.
   – Soy parte de ti. En realidad una parte que puedes odiar y a la vez querer.

Me giré para ver como la realidad se reía de mí; para asimilar como un loco había venido a mi casa y estaba haciendo real todo aquello que me contaba. Parecía cosa de magia. 
   – No me queda tiempo, debo irme.
   – Eso es lo que quería que hicieras desde que has aparecido – le dije con total sinceridad.
   – Volveré a aparecer pero nunca como ahora. Ha sido una mala idea. La próxima vez me someteré a tu voluntad sin reparos.
   – ¿Qué voluntad?
   – La de tú subconsciente.
   – No lo entiendo.

No obtuve respuesta, sin embargo aquel, aquello o lo que fuese que tuviera delante, se retiró la capucha que le cubría la cara. Cuando la claridad de un rayo me permitió ver, pude mirar con horror como su rostro cambiaba cada segundo. Cambiaba conjuntamente; un pelo diferente, unos ojos diferentes, una boca diferente… Unas fracciones diferentes en cada instante. De anciano pasaba a niño y de niño a adulto. Cuando sus rasgos cambiaron hasta ser idénticos a los míos no pude evitar gritar.
   – Buenas noches.

Dijo con mi voz antes de qué todo se tambaleara a mí alrededor y desapareciera.

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El despertador sonó con su habitual pitido. Un sonido que odiaba sobretodo por la hora que mostraba; las 7 y media de la mañana. Con un largo y profundo bostezo lo apagué y me hundí de nuevo en mi confortable cama. Tenía demasiado sueño esa mañana y adiviné que la tormenta me había tenido en vela demasiado tiempo, aunque ahora, como podía comprobar a través de la ventana, hacía un día esplendido y soleado. La cabeza me palpitaba tal vez por el insomnio, sino fuera porque tenía que ir al instituto, no me hubiera levantado.

Al final, me quedé demasiado tiempo en la cama. Dándome prisa con toda la voluntad de mi alma, me vestí dando traspiés y balanceándome de un lado a otro. Rápidamente cogí mi mochila y antes de salir atropelladamente, miré por la ventana. No paraban de sonar cláxones de coches y parloteos y risas de gente. Había un gran atasco en la calzada tanto de vehículos como de personas. Me pregunté de nuevo el hecho de rendirme y asimilar de una vez que no llegaría a tiempo a clase y que era mejor quedarse en casa. Sin embargo el deber era el deber y finalmente salí de mi cuarto y de mi casa para navegar en esa marea humana. 


“Haz de tu vida un sueño y de ese sueño una realidad”

Los sueños que nos atrapan cuando dormimos es el tema de este fragmento. Sin embargo esta vez la figura del sueño se personifica. A la chica de este fragmento mientras duerme (aunque ella no lo sabe) se le aparece un ser que en realidad es sus sueños pero en ese momento, como dice él, no está sometido a la voluntad de su subconsciente. Por ello el individuo no tiene ni voz  ni rostro porque este varía según las fantasías que tenga ella. Al final del texto, el sujeto admite que ha sido inútil aparecer con libertad propia y promete que no lo volverá a hacer ya que acepta que no puede hacer nada para escapar de su voluntad. Cuando llega la mañana, la chica sigue con su vida y no recuerda para nada lo que ha pasado en sus sueños, cosa que pasa también en la realidad.

En resumen, la verdadera finalidad de este relato es reconsiderar la figura de los sueños porque, aunque parezca mentira, es otra vida paralela a la real.

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